Si estás leyendo este artículo es porque muy probablemente has seguido varias dietas, tal vez has conseguido perder peso temporalmente, pero tarde o temprano los kilos siempre regresan.

 

Todo comienza de una manera muy inocente: quieres bajar unos kilitos. ¡Muy fácil! ¡Te pones a dieta! Te encargas de leer todo lo que está a tu alcance, revistas, libros, blogs y páginas de internet con información de dietas y argumentos contundentes.

 

Te sientes contenta y en control de la situación, te llena de emoción porque esta vez va a ser diferente: esta vez sí vas a lograrlo. Todo lo que tienes que hacer es seguir unas simples reglas y el cuerpo de tus sueños está prácticamente garantizado (incluso te das el lujo de comer tu último pecadillo, porque es la última vez que tus labios probarán ese delicioso sabor). Inicialmente tienes un éxito brutal, no hay obstáculo que te detenga. ¿La dieta no tiene carbohidratos? No importa. ¿Tengo que comer cosas que saben a cartón? No importa. Eres imparable y el sacrificio vale la pena.

 

Entonces comienzas a perder unos kilos, la gente lo nota y tú te sientes feliz, emocionada y aún más determinada, incluso un poquito superior a las demás al comer tus crujientes palitos de apio mientras tus compañeras engullen una hamburguesa que chorrea aceite.

 

Pero, poco a poco, toda esta privación comienza a pasarte la factura. ¿Cuánto tiempo más vas a aguantar?, ¿una semana?, ¿unos días?, ¿hasta que el mesero se lleve la canasta de pan enfrente de ti? De repente te observas a ti misma y te sorprendes… el tema de la comida ha cobrado demasiada importancia: tu jefe pasa al lado de tu escritorio con un muffin y es lo primero que notas, tu mejor amiga pide unas papas con su sándwich y no puedes dejar de verlas, el chico que está al lado tuyo en la cafetería toma una probada de ese pastel de tres chocolates que tanto te gusta y entonces tu atención y tus pensamientos solo giran alrededor de la comida: es así como la presión empieza a acumularse.

 

Esa pequeñita voz hambrienta que está dentro de ti cada vez habla más fuerte: no puedes mantener esto así para siempre, tal vez ni siquiera por mucho más tiempo. ¿Por qué no puedes comer “normal”?, ¿cuándo se va a acabar esto? La verdad es que, con el paso de los días, cada vez se vuelve más difícil.

 

De repente algo ocurre y la bomba detona: tienes una fuerte discusión con tu pareja, tu jefe te regaña injustamente, el proyecto que llevas empujando por meses se desvanece o tu hijo tira en la alfombra nueva un bote de pintura y entonces llegas al límite: pareciera que la comida es la única alternativa que te hará sentir mejor, tu determinación se esfuma y ya no puedes más.

 

Entonces, no comes normal, no comes nada más la galleta que te hizo ojitos en la mañana, o la cucharada de crema de elote que se comió tu amiga, o el pedacito de chocolate que se te antojó la noche anterior. Toda la ansiedad acumulada te lleva a comer mucho más de lo normal, la presión de haberte restringido todo este tiempo hace que tu deseo sea muy intenso: no solo te comes un par de lunetas, te comes toda la bolsa tomando varias a la vez. La adrenalina empieza a recorrer tu cuerpo mientras te orillas junto a un Oxxo para comprar tus provisiones: papas fritas, helado, galletas o cualquier cosa de la que has estado huyendo las semanas anteriores.

 

Por supuesto, después de comer todo esto terminas sintiéndote llenísima (puedo oír a mi mamá diciendo: “Atenea, no se dice llena, se dice satisfecha”, perdón mamá, aquí sí es llena, ¡lle-ní-si-ma!), y entonces ves las envolturas y caes en cuenta de todo lo que comiste y cómo lograste, en unas horas, echar a perder tanto tiempo de dieta y tanta restricción.

 

¿Cómo pude hacer esto? ¡Ya arruiné todo! Te invade la desesperanza y te sientes fuera de control, terminas triste pensando una vez más: “nunca lo voy a lograr”. Esta sensación te puede durar horas, días o incluso semanas.

 

Hay una única manera de sentirse mejor, y esa es… (redoble de tambores, por favor) ¡HACER UN NUEVO PLAN! Entonces vuelves a encontrar una dieta que promete entregar resultados rápidos: la que te dijo una amiga, la que leíste en una revista, de la que todos hablan en internet o la que siguió una compañera del trabajo. Y, por supuesto, como tienes que compensar por todo lo que te acabas de comer, debe ser una dieta aún más estricta.

 

Entonces, de muy buen humor, limpias tu alacena y refrigerador de esos alimentos que ahora no vas a necesitar, vas de compras por todos los ingredientes de tu nuevo programa, ¡te mueres de ganas por empezar! Y estás segura de que nada te va a detener… El resto del ciclo es historia, vuelve a repetirse una y otra vez. Si no haces algo al respecto a tiempo, esto será cada vez peor: tus dietas más estrictas y tus atracones, peores.

 

Todos queremos vernos y sentirnos bien, eso es un hecho, para lo cual sabemos que hay tres elementos principales: la nutrición, la actividad física y el descanso.

 

La parte de la ACTIVIDAD FÍSICA requiere una disciplina importante, pero dado que nuestro cuerpo está diseñado para producir hormonas que nos hacen sentir felices después de ejercitarnos, el proceso es más disfrutable. Invariablemente, al terminar de hacer ejercicio te sientes mucho mejor de cuando empezaste.

 

En el tema del DESCANSO, la mayoría de las personas que no cumplen con su requerimiento básico es por falta de tiempo o de organización, pero no porque el sueño sea poco placentero.

 

La DIETA por el contrario, es otro tema, antes de pasar a los tips para aguantar mejor tu dieta es importante mencionar puntos clave para escoger qué plan de alimentación seguir.

 

  1. VARIEDAD: con esto no quiero decir que tienes que incluir alimentos chatarra, yo no soy partidaria de las dietas en las que se come “un poquito de todo”, creo que la prioridad es alimentarte con comida de primera calidad y mientras más nutritivos y limpios sean tus alimentos, mejor (al final del día, cada elemento que comes es la materia prima con la que se regenerarán cada una de tus células, tus órganos y tu cerebro).

 

Comer un poquito de todo es como esperar que un coche funcione de manera óptima poniéndole chorritos de diferentes combustibles de distintas calidades. Es muy simple, si quieres que tu coche funcione de primera, dale el mejor combustible (antes de que se me lancen a la yugular diciendo “o sea que, según tu, ¿nunca puedo comer unos Chocorroles?”, continúen leyendo).

 

  1. SOSTENIBLE: personalmente, tengo como política nunca dar dietas de menos de 1200 calorías a mujeres y de menos de 1800 calorías a hombres. Cualquier dieta con la que pierdas más de cuatro a cinco kilos por mes tiene una probabilidad de más del 90% de generarte un rebote.

 

Todos los métodos en los que bajas muchísimos kilos desde el principio lo único que han hecho es acostumbrar a la gente a cambios drásticos, como si las consecuencias de tener malos hábitos pudieran desaparecer así de rápido; lo que no les dicen es que la mayoría de los kilos que pierden son de agua, un poco de grasa y otro poco de músculo, sin tomar en cuenta que fomenta el patrón de estar a dieta-engordar, estar a dieta-engordar, etc.

 

Una dieta que CUBRE tus requerimientos básicos diarios, no activará sistemas de alerta de inanición en tu cuerpo y por lo tanto te será mucho más fácil seguirla.

 

  1. ADECUADA: la dieta que hagas debe tomar en cuenta tu sexo, edad, actividad física, tus preferencias, alergias, y tus horarios. Es por eso que no cualquier dieta que saques de una revista te va a funcionar. Asegúrate de que el plan que estás llevando a cabo se ha diseñado para ti.

 

Entrando en materia, seguir un programa alimenticio no es una tarea nada fácil, como coach les puedo decir que es donde empiezan los problemas… ¿Por qué si queremos estar delgadas, sanas y fuertes nos llama tanto la atención la comida que nos aleja de nuestra meta? ¿Por qué sentimos a veces que no lo podemos controlar? ¿Por qué a pesar de prometernos una y otra vez que no vamos a caer en la tentación lo hacemos de nuevo?

 

  1. PERSPECTIVA: una de mis frases favoritas es: “Cuando cambias la manera de ver las cosas, las cosas que ves, cambian”. ¿Qué pasaría si dejamos de percibir estar a dieta como tortura, sacrificio, dolor, privación, obsesión, imposición o castigo?

 

¿Qué pasaría si lo vieras como un privilegio?, ¿o como un regalo? Como la oportunidad (que no todos tienen) de contar con la información adecuada, los medios y la salud para darle a tu cuerpo lo mejor, para que cada proceso que se lleva a cabo internamente lo haga de forma óptima, para que tu piel se vea más sana, para no forzar a tu corazón tratando de bombear sangre por arterias tapadas de colesterol, ¿qué pasaría si encontráramos placer cuando cuidamos de nuestro cuerpo en lugar de cuando lo agredimos?

 

  1. TU VIDA ES HOY: ya sé que es el slogan de José Cuervo, pero me encanta y es cierto. Si quieres bajar de peso, ¡está perfecto! No comparto la idea de algunas psicólogas que enseñan que debes amar a tu cuerpo “tal como es” sin hacer nada por cuidarlo. Parte esencial de estar contenta contigo es saber que estás trabajando para estar más sana, para verte mejor y para sentirte más fuerte.

 

Pero ¡no te hagas el proceso miserable! Mientras bajas esos kilos hay un mundo afuera lleno de cosas para ti, no dejes de vivirlas. No dejes de ir a la playa porque no te gusta como se te ve el bikini; no dejes de tomarte fotos con tus hijos porque “sales gorda”; no dejes de ir a la fiesta de tu amiga porque “nada se te ve bien”; no dejes de ponerte el camisón que le gusta a tu marido porque “no se te ve como quisieras”.

 

Mientras avanzas hacia tu objetivo, el camino tiene muchas experiencias, sorpresas y felicidad para ti. No las dejes ir. La vida no empieza cuando la báscula llega al tan añorado número.

 

  1. NO TE CREAS TUS PROPIAS EXCUSAS: el problema de inventarnos pretextos es que nos conocemos tan bien, que sabemos qué cosas decirnos a nosotros mismos para justificar posponer el trabajo. Deja de dar excusas y comienza a dar resultados, no hay pero que valga.

 

  1. TEN VÁLVULAS DE ESCAPE: repite después de mí: “NO soy invencible” (ya sé que suena muy romántico, y lamento romperles el corazón, pero no lo somos). La mejor estrategia es aceptar que todos somos vulnerables y podemos caer.

 

Hacer una o dos comidas libres a la semana, en mi opinión, es ideal para fugar la ansiedad que genera seguir un programa, y aun así, seguir avanzando. Encuentra qué te funciona a ti (un “gustito” al día, una comida libre, o un día libre cada cierto tiempo) y el resto de las comidas hazlas al cien, como indica tu programa.

 

  1. DEJA DE BUSCAR LA PERFECCIÓN: yo todavía no entiendo de dónde sacamos esta idea de que tenemos que hacer las cosas “perfectas”. Ojo: NO estoy diciendo que seamos mediocres, ni tampoco hablo de que no demos todo lo que está en nosotros, finalmente tenemos una meta por lograr y alcanzar, no es negociable. Pero esta idea de que tiene que ser “perfecto” nos lleva a la frustración, concéntrate en el progreso, en levantarte cada vez que te caigas, en avanzar, en conquistarte a ti mismo.

 

  1. HAZ UN INTENTO DE VERDAD: Escoge un buen programa y dale al menos 12 semanas de prueba, los cambios no llegan en una semana, así que deja de estarte preguntando todos los días si deberías intentar otra cosa y ¡sigue tu programa!

 

  1. AYÚDATE QUE DIOS TE AYUDARÁ: Se vale usar ciertos recursos que te hagan la vida más fácil: tés, café, chicles sin azúcar, Splenda (o mejor aún, Stevia), el ocasional refresco de dieta, agua mineral con limón, gelatina light, paletas heladas de Clight, ensaladas de pepino con chile y limón.

 

Incluso se vale hacer cosas como salirte a caminar cuando tengas antojo, lavarte los dientes después de comer, acomodar tus horarios de entrenamiento para estar en el gym a la hora que más antojos te dan, tener una frase que sea tu motor, oír música, etc. Encuentra esas pequeñas muletillas que te ayudan a seguir tu programa y aprovéchalas.

 

Para concluir, el aprender a seguir tu programa es un proceso que tomará mucho tiempo y que perfeccionarás sobre la marcha, contrario a lo que nos han enseñado, somos seres de costumbres y no tenemos un switch que puedes prender y apagar.

 

Es necesario recordarnos todos los días que estamos aprendiendo, que hay que dar nuestro mejor esfuerzo y que formar estos nuevos hábitos es cuestión de trabajo diario. El nombre del juego es ¡PACIENCIA y PERSEVERANCIA!